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viernes, 11 de mayo de 2012

Los niños del cartón y el exilio de la infancia


Para comprender el efecto que implica el alto índice de pobreza de nuestro país en el desarrollo de los niños, tendríamos que empezar hablando del verdadero comienzo de dicho efecto. ¿Por dónde comenzar entonces? Pues ni más ni menos que por los padres y por el entorno socioeconómico existente en el momento de la concepción. Es obvio que no tendrá las mismas posibilidades de llegar a este mundo un niño de nivel social alto que un niño de nivel social extremadamente bajo. Generalmente, estos grupos sociales que hemos dado en llamar “cartoneros”, viven inmersos en una pobreza extrema. Lo común es hallar que estas personas no han tenido la educación necesaria, no cuentan con fuentes de información diseñadas por algún organismo con el fin de brindarles orientación, no están asistidas por ningún servicio de cobertura médica, no poseen los medios económicos propios ni el apoyo de los planes sociales mínimos como para gozar de una existencia digna. 

No existe ningún proyecto serio (al menos no en uso) destinado al planeamiento familiar de estos grupos, donde se los asesore debidamente acerca del control de natalidad, de los distintos métodos anticonceptivos, de qué es aconsejable para traer al mundo a un niño sano, de cuáles son aquellos puntos a tener en cuenta para controlar un embarazo y evitar factores de riesgo. Los hospitales públicos son, en definitiva, el único recurso al que pueden acceder. Pero la pregunta entonces es: ¿son actualmente los hospitales un recurso? Es conocido el vaciamiento sistemático y alarmante de estos centros de salud en los últimos años. Y si bien hace décadas que no existe un buen servicio hospitalario público, lo cierto es que en la actualidad dicho servicio es casi inexistente. De estos hospitales, prácticamente, sólo ha quedado el edificio, la fachada, la máscara. Pero pese a los esfuerzos de algunos profesionales de la salud, los recortadísimos presupuestos destinados a estos fines nos han llevado a tener hospitales vacíos, hospitales fantasmas. Y en un país con un índice de desempleo escalofriante, donde cada vez más personas pierden su obra social para ser arrojadas a este vergonzoso sistema público de salud, donde las escasas opciones laborales empujan a la sociedad a escudriñar en las bolsas de residuos, donde no hay un apoyo económico eficaz por parte del estado, ¿qué posibilidades reales tiene un niño de llegar sano y salvo a nuestro mundo? Indudablemente, pocas.

En los grupos carenciados nos encontramos muchas veces con futuras madres solteras, con embarazos producto de violaciones, con abusos familiares, con casos de violencia doméstica, con padres alcohólicos y drogadictos, con delincuencia, etc. Y si bien esto, sin duda, no ha de ser así para todos los casos en cuestión, lo cierto es que probablemente se ajuste a la realidad de gran parte de estos grupos. Y es evidente entonces que, aun antes de nacer, factores de riesgo como los ya mencionados tendrán un efecto más que desventajoso. Es de suma importancia recordar que las consecuencias de agentes teratogénicos, como los que puedan surgir en estos contextos sociales (drogas, alcohol, pésima alimentación, golpes, etc.), podrán hacer su efecto demoledor sobre el feto y especialmente en las primeras semanas de gestación. Es importante tener presente que la vida de un niño empieza a ser afectada en su desarrollo incluso antes del nacimiento. De una madre desnutrida, difícilmente nazca un niño sano.

Volviendo ahora a lo antes comentado sobre el paupérrimo sistema hospitalario, tenemos que tener en cuenta que las mujeres de escasos recursos seguramente asistirán lo menos posible a estos lugares para llevar a cabo los controles necesarios sobre su embarazo. En parte porque no hay una campaña publicitaria auspiciada por el estado que apunte a informar a estas mujeres acerca de la importancia de un buen control obstétrico; por otro lado por lo dificultoso que le resultaría a una persona lograr ser atendida en estos lugares; y por último porque aun cuando decidieran controlarse y hubieran podido obtener un turno gracias al azar o a los designios de Dios, seguramente se encontrarían con un hospital en huelga o con una sala carente del instrumental de atención más imprescindible y sencillo.

Lic. Daniel A. Fernández – PSICÓLOGO

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